viernes, 10 de octubre de 2025

Square des Bénédictins

 

Medita et labora


El ser del árbol:

raíz y vuelo

hacia la tierra,

hasta la luz.


Las campanas llaman al ángelus.

Por el jardín en sombras y luces

baja el murmullo,

la canción fugitiva del agua.


Pasan las nubes.

Vuelan mariposas y libélulas,

cantan las tórtolas.


Caen las hojas

a la tierra

                   cumpliendo su ciclo:

tierra a la tierra,

vida a la vida.


***

(Lyons-la-Fôret, 10 agosto 2025)


martes, 7 de octubre de 2025

Vidas perdidas

 No recordaba haberlo comprado ni recibido como regalo, pero ahí estaba, entre la inquietante El hombre que amaba a los niños, de la australiana Christina Stead y el clásico Rojo y negro de Stendhal. En la portada en blanco y negro de la editorial Nórdica, una fotografía del suizo René Barri famoso retratista del Che Guevara sonriente, habano en la boca en la que se ve a un adolescente sentado en un suelo cubierto de hierbas, flexionadas las piernas en uve, apoyados los codos en las rodillas, en la mano derecha lo que parece un emparedado. El muchacho viste pantalón oscuro y camisa clara, desabotonada hasta más abajo del esternón. Es de piel morena, chicano, quizá. Mira serio a la cámara. Debe lucir un sol rutilante, porque ha fruncido el ceño para protegerse de la mucha luz. En el lugar de los ojos, dos sombras negras, ovaladas, como si llevara un antifaz. Detrás de él, a la derecha, la trasera de un autobús de los años 40 o 50 los vi de ese tipo en los primeros 60, en Esparragal, y viajé un par de veces en uno de ellos, la trasera, digo, desenfocada por la velocidad del vehículo en el momento del clic del fotógrafo. Al fondo, detrás del muchacho, un paisaje de suaves ondulaciones con un solitario árbol allá en la lejanía.

Ahora que observo la imagen de la portada del libro –John Steinbeck, El autobús perdido– me doy cuenta de lo bien elegida que está, de como anuncia en gran parte la historia que nos aguarda a bordo de ese autobús.

La novela comienza –Steinbeck sabía cómo empezar una historia: nadie que haya leído Las uvas de la ira olvidará el relato de la sequía que obliga a los Joad a abandonar su granja en Oklahoma en busca del paraíso de California– en un cruce de carreteras californiano, en Rebel Corners: gasolinera, taller mecánico, bar restaurante y, ocasionalmente, alojamiento de viajeros, regido por Juan Chicoy –madre irlandesa, padre mexicano, mecánico y chófer de autobús– y por su esposa Alice, alcohólica, ayudados por una camarera, Norma, prima fingida de Clark Gable que sueña con viajar a Hollywood y convertirse en estrella del cine, y por Pimples, un adolescente de 17 años, marcado por el acné y por la pulsión sexual como imponen las hormonas en tal edad.

Una vez reparado por Juan Chicoy el viejo autobús «Sweetheart», es hora de conocer a los viajeros, de disfrutar de la maestría de Steinbeck al trazar retratos de personajes: el señor Pritchard, próspero empresario, prototipo del self made man; su mujer, Bernice, frígida mojigata con sempiterna jaqueca, y su hija Mildred, una mosquita muerta; los tres van camino de unas vacaciones en México. El joven Ernst Horton, veterano de la II Guerra Mundial en Europa, emprendedor, solitario, optimista de más y viajante de artículos de broma. El viejo y malhumorado Van Brunt –sus razones tiene el pobre hombre– experto en objetar.

Tras un salto a la estación de autobuses de San Ysidro, donde conoceremos al ligón de Louie, un cerdo machista para quien las mujeres son unas guarras, y a una misteriosa y atractiva rubia, que adoptará el nombre de Camille, volvemos de nuevo a Rebel Corners, al autobús y tomamos rumbo a San Juan de la Cruz por una carretera abandonada.

El autobús perdido es una novela de personajes, una historia contada por un narrador superomnisciente, superobservador, capaz de deleitarnos con la descripción de un trago de whisky, de unos zapatos, o de la geografía interior de unos personajes disconformes, insatisfechos con la vulgaridad de sus vidas.

Y de sus sentimientos. Porque ninguno de ellos tiene una vida emocional plena y reconfortante. Adolecen de las mismas carencias y frustraciones: en el amor y en el sexo, en el trabajo, en sus relaciones sociales, en el lugar donde quieren vivir. No sólo comparten el mismo espacio –autobús– y el mismo destino geográfico inmediato –San Juan de la Cruz–, los aúna también idéntica certeza del fracaso, del desencanto de sí mismos, el reconocimiento de unas vidas malogradas.

Existe el mito del sueño americano. Y existe el desengaño. La vida es más Steinbeck que Rockefeller.


lunes, 6 de octubre de 2025

Catedral de Amiens (2)


 II


Delicadas al fin

las manos del cantero,

conocen el secreto

del aire y de lo grave,

la sutil elocuencia

del cincel y de la maza,

y hacen de lo pesado

divina ligereza.


jueves, 2 de octubre de 2025

Pablo Guerrero. In memoriam

 A cántaros

Tú y yo muchacha, estamos hechos de nubes. La complicidad del amor. O de la amistad. Buen comienzo. Amor. O amistad. Unas manos que enlazar. Un camino que recorrer juntos. Y nubes. La materia de los sueños. El deseo de volar alto. Lejos de la realidad. De la grisura. De la opresión. ¿Pero quién nos ata? El régimen. ¿Pero quién nos ata? El miedo. Los grises. La censura. Dame la mano y vamos a sentarnos bajo cualquier estatua. Reflexionemos. Oigamos nuestras voces. La tuya y la mía. Al aire libre tú y yo, muchacha. Bajo cualquier estatua. Sin miedo a que nos oigan. A que nos callen. Que es tiempo de vivir y de soñar y de creer. Ahora que somos jóvenes y nos tenemos y vamos de la mano. Cuándo vamos a soñar, si no. A creernos nube. A ser libres.

Tiene que llover para que florezca nueva la tierra. Tiene que llover para que vuelen las nubes. Tiene que llover para empaparnos de agua y risas. Tiene que llover para ser puros de nuevo. Para que la lluvia arrastre el pasado. A cántaros. Porque hay tanto dolor que consolar. Tanta memoria que dejar limpia.

Estamos amasados con libertad, muchacho. Cómo dudarlo. Pero por qué tanto miedo a que seamos, a que nos sintamos, libres. Somos libertad, muchacho, o no somos. ¿Pero quien nos ata? Los militares. ¿Pero quien nos ata? Las sotanas. Ten tu barro dispuesto, elegido tu sitio. Llegó el momento. Enfrentarse. Ser enemigo. Tener amigos. Ser libre es decidir. Decidir es ser libre. ¿En qué lado de la calle vas a quedarte? Preparada tu marcha. ¿En qué dirección vas a correr? Preparada tu marcha. ¿A quién quieres encontrarte? Hay que doler de la vida hasta creer. Tomar conciencia. Comprometernos contra las injusticias y las dificultades que soportan nuestros semejantes. Superar el dolor. Contribuir a la lucha.

Tiene que llover. Libertad. Tiene que llover. Democracia. Tiene que llover. Esperanza. Tiene que llover a cántaros. Que limpie los viejos cauces. Que corra un nuevo río.

Ellos seguirán dormidos. A resguardo. Como señores. Como burgueses. En sus cuentas corrientes de seguridad. En la cueva de los cuarenta ladrones. Te querrán vender la vida, la muerte y la paz. Dueños de tu vida entera. De tu más acá. De tu más allá. ¿Le pongo diez metros en cómodos plazos de felicidad? Con qué facilidad nos compran. Qué baratos nos vendemos. Pero tú y yo sabemos que hay señales que anuncian. La lluvia es esperanza. Renacer. Evolución. Progreso.

Que la siesta se acaba. Despertar a la realidad. Que la siesta se acaba. A la resistencia. Y que una lluvia fuerte, sin bioenzimas, claro, limpiará nuestra casa. Un agua pura, no contaminada. Para un hombre y una mujer nuevos. Limpiará nuestra casa. Superación de lo viejo. Del régimen. Una nueva sociedad. Nuevas metas. Igualdad. Nuevas aspiraciones. Felicidad. Nuevas sensaciones. Bienestar.

Hay que doler de la vida hasta creer.

Tiene que llover

Tiene que llover

Tiene que llover

Tiene que llover a cántaros

Tiene que llover

Tiene que llover

Tiene que llover

Tiene que llover a cántaros

***

A cántaros

    Esta cacnión de Pablo Guerrero era una de las pocas que cantaba acompañándome de la guitarra.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Catedral de Amiens

I


Entre los relucientes

edificios de acero y de cristal,

sobre las pizarras y chimeneas,

sobre las copas de sauces y álamos,

más alta aún que el vuelo

de herrerillos, garzas y golondrinas,

que el alegre bullir mañanero,

al otro lado del Somme y la tarde,

oh tan frágil belleza de las rosas,

remonta el azul la flecha de Dios,

la columna sagrada

de la simetría y la perfección,

donde habita la luz

que todo lo penetra

y sobrevive al tiempo

más allá de la piedra.