viernes, 17 de octubre de 2025

Como bellacos


En uno de los romances más conocidos de Luis de Góngora, «Hermana Marica», la voz del niño protagonista canta a su amiga Barbola,


la hija de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,
porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.

Imagine cada cual las bellaquerías que podrían hacer dos niños de cinco o seis años detrás de una puerta, aunque al padre Juan de Pineda estos versos finales le parecieron dignos de censura por desvergonzados e infamantes. Pero no me detendré ahora en la oportunidad o no de aquella censura eclesiástica, sino en el uso de la palabra bellaquerías, hoy en desuso, y no porque hayan desaparecido los bellacos ni las bellacas.

La bellaquería es acción propia de bellaco, que en la primera edición de nuestro diccionario académico (1726) es descrito como un hombre de ruines y malos procederes, y de viles respetos, y condición perversa y dañada. Un prenda. En la naturaleza del bellaco está el hacer bellacadas, el bellaquear o el actuar bellacamente.

El origen de la palabra no está claro. La RAE esquiva la cuestión con un lacónico De or. inc., aunque en la edición ya citada de su diccionario recoge la existencia en toscano de un villaco, derivado de villa, o de villano, porque «los villanos naturalmente suelen ser de baxos y viles pensamientos». Como si entre las clases elevadas se desconocieran la ruindad y la vileza.

El maestro Covarrubias propone el hebreo belial, de donde beliaco y finalmente bellaco; luego da su equivalencia en latín scelestus, improbus, nequam y aporta un ejemplo: Dios me libre de bellacos en cuadrilla.

El señor Corominas, oh catalana peculiaridad, saca a relucir un término del catalán medieval, bacallar, procedente del céltico bakkallakos, que nombraba así al pastor, al campesino, y en un giro semántico ya prejuiciado y despectivo al palurdo. De nuevo el pueblo llano despreciado por nobleza y burguesía. Su colega aragonesa, María Moliner, también proponía la misma etimología celta para el hispano bellaco, que identifica con el granuja. El bellaco es mala persona. No es el matón, el bravucón, que amedrenta con su puño, con su arma. El bellaco perjudica al otro de palabra o de obra. Y miente. Es un cínico. Niega lo evidente. Lo constatado. Sin sonrojo. Se declara siempre inocente La mentira no es ilegal. Aquel día estuve informado en tiempo real. Las chistorras son embutidos, no billetes de 500 euros. Es Hacienda quien le debe casi 600.000 euros a mi pareja. Hubo un apagón informativo de dos horas y media–. Sí, bellacas y bellacos son inocentes, como los presos de Cadena perpetua.


Últimamente, cada vez que oigo a uno de ellos o de ellas con ese descaro en el mentir –mienten en sus currículums, mienten en sus discursos, mienten en sus explicaciones de los hechos, mienten en sede judicial, mienten en sus trabajos, en sus programas–, me quedo perplejo, se me viene esa expresión, mentir como bellacos, y pienso en todos los términos que el diccionario considera equivalentes de bellaco: ruin, vil, perverso, despreciable, bajo, bribón, canalla, rufián, malvado, maligno, malo, desleal, traidor... Y compruebo que no piden disculpas, que no se les cae la cara ni les crece la nariz, y que continúan sus vidas, sus mentiras, como si nada. Incluso hay quienes aplauden y jalean estas conductas. Quienes les permiten y les premian actuar con irresponsabilidad, buscar el medro particular e ignorar el bien común. Quienes votan a granujas y sinvergüenzas.

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