Hombre en un sillón. Podría ser el evidente pie de foto, pero prefiero esperar, mirar detenidamente, adivinar quizá, suponer, lo que no aparece, demorarme en lo que veo pero no identifico, o en lo que no admite duda: las líneas y los cuadritos oscuros de la tela tapicera, la silla de palos torneados, la mesa de madera, las carpetas de gomilla apiladas en una estantería alta y estrecha, el aparador de la izquierda, el juego de la solería, los libros, las cajas, los recortes de periódico colgados en una de las paredes, el cable que serpentea y se pierde tras el sillón, ese cajón con ruedas, las zapatillas de estar por casa, el pantalón de género –¿gris?–, la corbata negra que se adivina bajo el jersey –¿gris oscuro?–, la camisa blanca, las manos, el pelo negro, las entradas, el arco de las cejas.
No estamos ante un hombre atribulado, hundido en el sillón, al contrario, observando su tronco enhiesto, las líneas simétricas de los brazos, apoyados los codos en los reposabrazos, las manos cerradas, pero no crispadas, signo tal vez de incomodidad por ser el objetivo del fotógrafo, la cabeza erguida, más sereno que serio el viso, podríamos pensar en un monarca en su trono.
¿Qué oficio tiene este hombre? ¿En qué se afana? La imagen nada nos aclara al respecto, pero se intuye que no es hombre del común. Quién –qué hombre, qué mujer– se deja retratar en zapatillas de pañete con tal dignidad, con esa seriedad que no es pose, con ese saber sentarse en su sillón preferido. Él mismo responde usando la tercera persona: «Habiéndolo emprendido todo por su sola afición, libre interés o propia y espontánea curiosidad, se tiene a sí mismo por profesional de nada».
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Nota bene: Rafael Sánchez Ferlosio nació en Roma el día 4 de diciembre de 1927.
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